Hace un año hubo quien
me dijo que el inglés es el idioma con mayor número de palabras. Y, hace más años todavía, leí un libro en el que se afirmaba que
todas sus palabras tenían más de un significado. Si sumamos ambas
cosas, obtendremos como resultado una mayor dificultad para los que
nos ganamos la vida traduciendo del inglés (ya me incluyo, qué optimista que
soy), pero para mí tan sólo refleja la increíble riqueza que se
esconde detrás de una lengua.
Sin embargo, no niego que
tanta variedad pueda ser un problema de difícil solución. Cada
palabra tendrá unos cuantos equivalentes en el idioma de destino (en
mi caso, el español), pero no todos servirán en todos los
contextos. Y ahí es donde entra en escena el traductor, cuyo deber
es optar por la mejor opción.
Tal vez por eso me marcó
tanto una frase que pronunció mi profesora de Interpretación
Simultánea en la última clase a la que asistí. Después de que uno
de mis compañeros tradujera implement por 'implementar', ella
le alentó a que eligiera algún otro término, porque lo de
'implementar' sonaba a calco del inglés y porque, en este caso,
había muchas alternativas: poner en marcha, llevar a la práctica,
desarrollar... Cierto, 'implementar' no es una opción mala, pero las
hay mejores. Además, nosotros somos 'guardianes de la lengua' y
tenemos que evitar este tipo de “errores”.
Independientemente de que
le dé la razón a la profe (que se la doy) o no, me gustó mucho
cómo sonaba eso de 'los guardianes de la lengua'. Me hace pensar en
batallas épicas, dragones, mazmorras y tesoros escondidos. Hace que
me sienta como uno de esos caballeros de los cuentos, lleno de valor
y de fuerza. Pero es que, al fin y al cabo, la lengua es un tesoro
que tenemos que cuidar y nosotros somos los personajes encargados de
hacerlo. Debemos protegerla de todo el daño que quieran infringirle
los dragones lingüísticos y mantener en buen estado las mazmorras
que los encierran.
Así pues, yo pienso
ponerme la armadura y desenvainar la espada. No permitiré que el
español sufra daño alguno en mi presencia y lucharé con honor para
defenderlo. Es cierto que un idioma está expuesto a incontables
peligros, desde la incultura de sus hablantes hasta la invasión por
parte de los términos de otros idiomas. No siempre podremos
conseguir que nuestra protegida quede indemne (y siempre hay que
tener en cuenta que este tipo de puntos débiles son los que permiten
que la lengua evolucione), pero sí podemos hacer todo lo que esté
en nuestra mano para que dicha evolución siga una senda razonable
por los caminos de “un país muy lejano” y no una caída
vertiginosa ladera abajo, hacia el abismo de la sinrazón y la
barbarie.
Y, colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
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